Sin pensarlo mucho, inicié mi carta a una mujer hermosa, exponiendo que era prácticamente imposible que ella imaginase el gran impacto que su sola presencia causaba en mí, que en la misma medida mis palabras eran pocas e insuficientes para describir aquella marea que se desbordaban en mi interior cuando la miraba. Ese leve temblor y mi estremeciemiento al escuchar su voz... y esa pesadumbre al transcurrir otro día sin atreverme a dirigirle algunas palabras.
"Pareciera que no te miro, es todo lo contrario, disimulo el alborozo que encierra mirarte discretamente, me lleno los ojos con tu plenitud y esplendor... me lleno de ti antes de encerrame en ese lugar de escritorios ocupados por personas grises".
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