20150730

El calor...

Una plática casual "hace tanto calor ¿dónde ha sido el lugar donde más calor has sentido?" Iba a hacer un comentario sarcástico como "el lugar donde más calor he sentido es en las nalgas", era obvio que se referían a un lugar geográfico. Así comenzaron los comentarios de "en Oaxaca; Veracruz, Monterrey", alguien que había viajado mencionó que algún sitio de la India... después pasaron a los sagrados regionalismos, por lo cual aquellos compañeros norteños nos receteban el "es que la gente del D.F. es taaaan chillona, calor hace en el norte, allá si hace calor, y ustedes se quejan del calor de la ciudad". Algo desganado y sin mucho ánimo de formar parte del intercambio de experiencias y regionalismos, giré mi silla para continuar con lo que estaba escribiendo, y llegó la pregunta "Y tú fulanitodetal ¿cuál es el sitio más caluroso que recuerdes?" Ya sin otro remedio, solté "si, Oaxaca, en la costa".

En la Villa (Villa de Guadalupe, Distrito Federal), había una estación del tren, -hoy- en la actualidad en su lugar hay un museo llamado "Museo de los Ferrocarrileros, Antigua Estación La Villa". Siendo niño comencé a trabajar y esa estación -que era de pasajeros y de carga- era uno de nuestros destinos... ahí íbamos a estibar, en los furgones de carga del tren. Llevábamos bultos de cartón corrugado para las avícolas de Puebla, pues la ruta que cubría esa estación era precisamente México-Veracruz, y atravesaba los estados de México, Hidalgo, Tlaxcala, Puebla y Veracruz. Los bultos de cajas de cartón corrugado ¿cómo olvidarlos? 25 kilogramos cada uno, amplios y difíciles de mover para un niño y que me dejó severos dolores de cuello y espalda que aún me visitan ocasionalmente. Sin embargo yo no era el único infante que trabajaba en esas labores, había un enjambre de chiquillos sudorosos, mugrientos y flacuchos que se apresuraban a estibar dentro del vagón metálico, cerrado y opresivo. Otros niños se dedicaban a recoger el cartón desechado para reciclarlo y venderlo por kilo. Tiempo después esa estación cerró y debíamos ir a la central de carga de Pantaco, en Azcapotzalco.

Un vagón de carga es enorme, o por lo menos siendo un niño así lo veía... enorme y oxidado, cubierto de pintas y rústicos graffitis, y he ahí donde conocí el calor verdadero: expuesto al sol de mayo y junio, el vagón se calentaba de forma que me es difícil de describir, además llenarlo de cartón corrugado hacía que atrapara aún más temperatura, siendo difícil incluso respirar junto con el polvo de papel craft que soltaba el corrugado. Paulatinamente al llenarse el vagón, era cada vez más caliente... la parte alta de la estiba era la más difícil, a pocos centímetros del techo metálico el ambiente era irrespirable, el mareo era intenso, el cuerpo también se calienta por el esfuerzo físico de cargar a un ritmo rápido, y el aire que tratábamos de jalar -además de caliente y polvoriento- a veces era en extremo húmedo. Chorreábamos sudor a ríos, mientras algunos estibadores de mayor edad se quedaban abajo para ayudarnos a subir los bultos y esos mismos chicos se turnaban para traernos agua, o cuando no quedaba otra opción nos daban una coca-cola, que era terrible porque se convertía en una sustancia pegajosa en la garganta... ahí estábamos, en ese espacio cerrado, como un horno opresivo y oscuro . Una de las avícolas para las cuales iba destinada la carga de caja de huevo se llamaba "El Calvario", propiedad de la familia Romero Bringas, de Tehuacán, Puebla... "El Calvario" entonces no era lo pesado de la carga, sino el calor dentro del vagón. Era un gran alivio salir de ese espacio infernal y volver a respirar aire fresco, todo afuera era fresco.

Así que cuando alguien habla del calor, mi recuerdo es el de un vagón de carga del ferrocarril.


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